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Todo empieza por reconocer lo que eres: “Soy Coach”.

¿Cómo te sientes cuando lo dices? ¿Qué tan convencido/a estás presentándote así ante los demás?

La primera vez que oí estas palabras con absoluta determinación fue de la boca del hermano de uno de mis instructores, a quién le pregunté: “¿Tú también estás en el mundillo del Coaching, como tu hermano?”. “Yo soy Coach”, me contestó. Qué gran lección me dio ese día, aunque yo en aquel momento no fuera consciente de ello.

Después de certificarme como Coach, hace ya casi tres años, pasé un buen tiempo sin dar una sola sesión de Coaching. La herramienta me parecía maravillosa, había descubierto un montón de cosas de mí mismo durante la certificación, me sentía mejor y más motivado a alcanzar mis objetivos de vida y, a pesar de ello, guardaba todo ese conocimiento para mí, renuente a compartirlo con los demás.

Y no es porque fuera una persona egoísta. Es porque tenía miedo.

Te lo digo con toda naturalidad, porque sé que hay más que están como yo en aquel entonces, con su título que los certifica como Coaches guardadito en un cajón, por miedo.

Detrás de ese miedo suele haber un problema de inseguridad mezclada con perfeccionismo y un toque de sobre-responsabilidad. De querer ser el súper Coach perfecto a la primera, sin haber dado una sola sesión. El soluciona-vidas soñado por todos nuestros amigos y clientes. Y, entonces, un par de sesiones incómodas al principio, pensamientos del tipo “Dios mío, qué estoy haciendo, no sé que preguntar ahora y ni sé para dónde va este proceso” y directos a un estado de stand-by… Para algunos eterno.

Y parece que se nos olvida que, en nuestra vida, siempre que nos ha tocado aprender algo nuevo nos hemos caído al principio. ¿O quizá cuando empezaste a escribir lo hacías con la letra redondita y maravillosa (o torcida e incomprensible) con la que escribes ahora? ¡Claro que no! Y, la primera vez que te subiste a una bicicleta sin las rueditas de apoyo, ¿pudiste avanzar kilómetros sin poner un solo pie en el suelo (o –para los más aventados– sin dejarte los dientes en el piso)? Y, cuando te explicaron por primera vez cómo nadar, ¿te lanzaste a la piscina y demostraste tu estilo olímpico sin tragar una sola gota de agua?

Hay cosas que el cuerpo, la mente y el alma sólo las entienden al vivirlas. No podemos escapar a esa ley natural. Por mucho que en la certificación nos expliquen la teoría, muchos de los veintes que nos van a convertir en el Coach o la Coach que anhelamos ser nos caerán en la práctica. Muchos.

Como te decía antes, yo tenía miedo. Y todavía siento un poquito, de vez en cuando, como los nervios que dicen sentir los actores de teatro de años antes de salir al escenario. Sin embargo, cuanto más Coaching practico, noto que me convierto en mejor Coach, en alguien más consciente de cómo volver efectivas mis sesiones y más feliz de lo que puedo lograr y logro, con una herramienta de la que todos los que la probamos nos enamoramos.

Dilo en voz alta: “Soy Coach”. Y pon mucha atención a las voces que oyes en tu cabeza y a las sensaciones que te recorren. ¿De qué te das cuenta?

Nuestros miedos nos dan una información valiosísima: ponen de manifiesto creencias que nos limitan. Pero tú, Coach, ya sabes que son sólo creencias y sabes cómo reencuadrarlas y utilizarlas a tu favor.

¿Qué más necesitas entonces para aceptar completamente esa idea sobre ti mismo/a?

Date ese permiso. Eres Coach.