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Recuerdo cuando entré a bachillerato, hace muchas décadas, tuve la experiencia con un profesor inflexible y poco empático que impartía las materias de Matemáticas y Física. Solo su presencia me inducía un estado que podría llamar entre miedo-inseguridad-baja autoestima. Cada vez que sonaba el timbre que anunciaba la finalización del recreo y sabía que lo vería a él, mi corazón empezaba a palpitar de una manera acelerada, sentía que en el estómago se me hacia un nudo y mis manos empezaban a sudar. Entraba en este estado deplorable a la clase y, por supuesto, mi mente se nublaba. Este profesor tenía la práctica de sacar una libretita donde apuntaba los nombres de los alumnos y nos hacia una pregunta aleatoria para iniciar el tema. Yo pedía a Dios que no llamara mi nombre, pero no siempre tenía esta suerte y, efectivamente, me llamaba, me hacía la pregunta y yo ni siquiera entendía la pregunta, lo cual llevaba a que él levantara sus cejas abundantes que sobresalían de los lentes y hacía la expresión que yo interpretaba como ¡Qué tonta!

 

En la otra punta del aula, en cambio, estaba el alumno estrella que mostraba la actitud de entender todo, incluso se inclinaba hacia adelante en una postura de curiosidad e interés en el tema que se trataba. De nuevo, por supuesto, era el alumno favorito del profesor con quien interactuaba alegremente respondiendo a las preguntas que le hacía mi compañero.

 

Esta es una historia que no me canso de contar en mis talleres de Transformando Líderes porque siento que ejemplifica de manera excelente la importancia de lo que la PNL llama los estados neurolingüísticos. Estos, en un lenguaje cotidiano, puede ser el equivalente a la disposición, ánimo y actitud hacia algo en específico. Es decir, cómo me siento hacia alguna situación en específica en mi vida cotidiana, ya que nosotros vamos saltando de un estado a otro en cuestión de segundos y dependiendo de ellos, sentimos si hemos tenido un buen día o no. La suma de estos estados día con día, resulta en la calidad de vida que llevamos.

 

El tema de los estados da para muchísimas reflexiones, pero hoy quiero hacer mención especial de la importancia de tener los estados idóneos para que tu mente se abra, o no, a nuevos aprendizajes. Más aún frente a temas complejos. Si el profesor estuviera consciente de su responsabilidad de inducirnos estados adecuados para los temas complejos que él trataba, muy probablemente la historia habría sido diferente. De hecho, hace un tiempo encontré cuadernos de la secundaria, antes de entrar con este profesor y mis notas eran arriba del promedio. Sin embargo, estos episodios posteriores me fueron inculcando en todo mi ser que yo era tonta para los números y crecí abrazando esta creencia, que fue creando toda una realidad nada positiva para mí.


¿Cómo interpretar esto?

 

Que dependiendo del estado que tiene el/la alumno(a), así es su capacidad para entender lo que se le enseña y apertura a recibir el aprendizaje. Por tanto, todo formador debe ser muy responsable en inducir estados de curiosidad, interés y apertura antes de empezar su clase, porque de esa manera tiene mayores probabilidades que sus alumnos(as) tengan el deseo de aprender y lo logren. Si la persona logra crear estados útiles que le retroalimenten sus pensamientos acerca de sí mismo(a) tiene altas probabilidades de aprender con facilidad y de manera divertida.