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Yo tuve la gran bendición de ser madre de 4 hijos, 2 hombres y 2 mujeres. En la época en que nacieron mis hijos, para nada existía el home office, fui de esas madres profesionales ejecutivas que salía temprano de mi casa y muchas veces regresaba hasta la noche, apenas a cenar con mi familia.

Muchas veces tuve el sentimiento de culpa porque me auto denominé “madre ausente”. Sí hice muchas coordinaciones para poder asistir a los eventos de la escuela, pero participé muy escasamente a las actividades donde había mucha presencia de las otras madres. Este sentimiento, confieso, me acompañó muchas veces, pero me justificaba que lo hacía por el bienestar económico de la familia. Esto último, sí tuvo su beneficio, pues ellos vivieron una vida con muchas comodidades, aunque no lujos.

Algo de lo que no me arrepiento, viendo hacia atrás ahora, es que yo había creado mi propósito familiar, pero sobre todo profesional. Me movía lo que hacía y los beneficios que generaba mi labor en el campo de la gestión humana en las empresas que trabajé. Más que la parte económica, este propósito era mi motor para desapegarme de mi familia largas jornadas, porque sentía que estaba contribuyendo a algo más grande.

Ahora que veo en retrospectiva y en el marco del mes de marzo, en el cual se hace reconocimiento a la mujer, quiero compartir mis aprendizajes con aquellas mujeres que se identifican conmigo en el sentimiento de “madre ausente”. Lo comparto porque creo que es importante hacernos conscientes de los significados que damos a lo que somos y hacemos en este viaje que se llama vida.

3 cosas quiero resaltar, que creo que me ha llevado a los resultados actuales en mi rol de madre:

Tener este propósito acerca de para qué hice lo que hice, me sirvió para querer hacerlo lo mejor que pude, aunque tal vez no alcanzara la excelencia, pero le puse todo mi corazón al servicio de todas aquellas personas que servía. Este significado lo compartía siempre con mis hijos y lo vivieron con mi ejemplo.

Mi red de apoyo que fueron mi esposo, quien asumió con responsabilidad su rol de padre y, presente; y el de mi madre, quien estaba siempre supervisando que todo funcionara. Les reconozco este apoyo y estoy convencida que los 3 hicimos un excelente equipo.

Una práctica que mantuvimos como familia, fue que siempre cenábamos juntos. Durante el día cada quien andaba en sus actividades, pero todos sabíamos que la cena era para compartir en familia. Se convirtieron en nuestras tertulias porque hacíamos sobre mesa de hasta una hora después de haber terminado de ingerir los alimentos. Esta práctica la llevo en mi corazón porque nos permitía conectar y sanar las experiencias difíciles del día. Adicionalmente, era el espacio donde aprendieron los valores de la familia, los modales en la mesa y a compartir.

La intención de esta reflexión es que, si tú, madre profesional, a veces dudas de si estás haciendo bien en querer desarrollarte profesionalmente, te puedo decir que vale la pena, que si acostumbras a tu familia a hacer prácticas que fomenten el espíritu de familia, formarás excelentes ciudadanos como lo hicimos este equipo de 3, que fuimos nosotros. Mis hijos, todos ahora adultos, son profesionales comprometidos, excelentes cónyuges, padres e hijos responsables y maravillosos.

Misión cumplida y superadas las expectativas.