Seleccionar página

Con muchos meses de anticipación organizas a tu equipo para desarrollar un evento que tiene el potencial de generar un buen ingreso para todos los involucrados, algo así como el negocio del año.

Le dedicas muchos recursos, tiempo y dinero. Además, genera grandes expectativas porque hay un número de gente que se visualiza beneficiándose de este evento. Sin embargo, este número no es suficiente para que puedas desarrollar el evento y llega la fecha. No llegas a la meta, ni siquiera para el punto de equilibrio. ¿Qué hacer?

¿Literalmente, pagar los platos rotos echándote para atrás? ¿Pagar los costos que implica una cancelación o seguir y afrontar una pérdida cuantiosa, llevando a cabo el evento con las personas inscritas? Ambas decisiones tienen un costo alto. Ninguna de las 2 trae un beneficio, sino que más bien es ver donde pierdes menos económicamente, pero que implica un altísimo costo emocional, por todo lo que implica cancelar un evento, especialmente enfrentando a todos los afectados.

¿No se si te es familiar una experiencia igual o similar a esta?

Habiendo tomado la decisión de echarte para atrás, tienes 2 opciones: Una es hundirte en frustración y vergüenza lamentando lo que ocurrió y buscar culpables de por qué no se pudo. La otra, es procesar el dolor, sentir la emoción fuerte de frustración y vergüenza, pero no permanecer en ese estado por mucho tiempo. Sí darte permiso de sentir y pensar que habrías querido tener éxito. Aceptar el sentimiento de derrota por un ratito, pero luego salir de ese estado creando uno nuevo, algo así como vergüenza empoderada o frustración retada. Tú menciónala.

Elegí la 2ª opción, primero me sentí con una profunda tristeza, pero busqué procesarlo apoyándome de una comunidad a la que pertenezco. Y luego fui a nadar, a ahogar el sentimiento buscando nuevos significados frente a este “fracaso de negocio”. Habiéndome dado permiso de sentir todo lo que sentí, un cúmulo de emociones difícil de enumerar acá, surge este nuevo estado de sacudirme la frustración y accionar desde un estado de esperanza y aprendizaje.

Defino aquí ambos estados:

Esperanza, porque me doy cuenta de todos los recursos que tengo, empezando por mis colegas y equipo, quienes no solo me brindaron palabras de aliento, sino su mano amiga para que hagamos algo diferente. Reconocer todo lo que hemos acumulado, experiencia, aprendizaje, contactos, etc., y a la vez, apreciar las oportunidades que se abren.

Aprendizaje, al entender cómo es de importante saber comunicar lo que propones, entender el mercado en este momento, político y económico. Y buscar mayores recursos que hoy están en el mercado, como es la inteligencia de datos digitales.

Lo importante aquí no es lo que estaré logrando en el futuro, sino el presente. Cómo quiero manejar mi vida hoy y enfrentar todos los retos que ser una mujer empresaria, me pone la vida en el mundo de negocios.

¿Cuál estado elegirías tu frente a una experiencia similar? Lo dejo como una oportunidad de reflexión, haciendo notar que se trata de una elección.