Sólo el nombre impresiona. Practicante de Programación Neurolingüística y Neurosemántica (PNL y NS). Y lo de “practicante” en inglés suena más cool todavía: “practitioner”. Wow.
¿Pero qué significan esas palabras? ¿Qué es eso de la PNL y la Neurosemántica? Y podemos hacernos dos preguntas más interesantes (si cabe): ¿para qué sirve? ¿A quién le sirve?
Sin responder aún a las cuestiones anteriores, me gustaría contarte que yo me metí en este mundo porque era una de esas personas que, cuando les preguntas qué les gusta hacer en la vida, te dicen: “pues yo soy un psicólogo frustrado, porque me encanta hablar con la gente, entenderla, entender sus problemas, ayudar a los demás y bla, bla, bla…”. Decir psicólogo frustrado en lugar de “metido” le da un toque más profundo al discurso, definitivamente. Me he dado cuenta, además, que habemos muchos que decimos eso. ¡Pobre mundo de la psicología! De lo que se perdió por cuantos no nos atrevimos a escoger esa profesión en su momento.
Le conté eso a un amigo y me dijo que, si no quería volver a la Universidad otros cinco añazos, podía buscar a alguien que enseñara PNL. Y así fue como me presentó la PNL, como un camino más rápido que licenciarme en psicología hacia el entendimiento del ser humano.
Cuando me metí en Internet a hacer mi investigación particular sobre tan ostentosas palabras (Programación-Neuro-Lingüística), me encontré con que gran parte de la comunidad científica la considera una pseudociencia, un timo, un enagañabobos, como decimos en España. Gente aprovechándose de gente, porque no puede ser que algo que se enseña en ocho días sirva para solucionar problema alguno.
En un lado de la balanza tenía esos comentarios. En el otro, la idea que, si la jugada me salía bien, podía ahorrarme cinco años de carrera. Si me salía mal, habría dedicado a ello sólo unos pocos días de mi vida. El riesgo me gusta poco y esto olía a cachada.
Y así fue como me metí a la certificación para ser Practitioner de PNL y NS. Lo hice pensando en mi futuro profesional. Me imaginaba como una especie de “terapeuta”, aunque luego entendí que esa palabra no es adecuada para lo que se aprende a hacer cuando conoces de PNL. En lo que nos convertimos es en una especie de “facilitadores del bienestar”, desde un punto no tanto académico pero sí natural.
De lo primero que te das cuenta es que, para ser capaz de influir de manera positiva en los demás, en las personas que te rodean, debes primero aprender a influir, para bien, en ti mismo. Durante la certificación, todos los que asistimos descubrimos una notable cantidad de cosas personales que podemos transformar para convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos. Y aprendemos a transformarlas.
Yo busqué la PNL como un medio para dar un giro a mi vida profesional y, en ese proceso, lo que encontré fue una herramienta que permite generar bienestar en TODOS los ámbitos de la vida, empezando, claro, por la mía propia.
Por ponerte algunos ejemplos, una de las cosas que más agradezco es que ahora, segundos después de haber iniciado una discusión con mi esposa, veo con claridad los pasos que debo seguir para llevar esa discusión a su fin, abrazarnos, decirnos que nos amamos y dar gracias por lo maravillosa que es la vida.
Puede suceder, sin embargo, que a pesar de ver ese camino de luz decido seguir por el camino tenebroso de “esta vez le toca a ella venir a hablar conmigo porque siempre soy yo el que cede”, “no entiendo cómo después de discutir sobre esto cien mil veces se sigue enojando por lo mismo”, “no sé porque se hace la dura si yo sé que sufre cuando estamos así, ¿será que le gusta sufrir?”. La diferencia es que ahora, cuando tomo ese camino tenebroso, lo hago conscientemente. Idiota, por supuesto, porque durante esos minutos dorándole la píldora a mi Ego lo paso fatal. Idiota sí, pero consciente.
Antes, podía enzarzarme en una discusión con mi esposa y no saber cómo salir de ahí. Nos llegábamos a quedar los dos trabados, tarados, sin saber qué decir o qué hacer para reconducir esa situación a la calma que la precedió. Sin entender por qué tuvo que haber salido eso de mi boca, por qué hice ese gesto. Enfadado conmigo, pagándola con ella. Y viceversa.
Antes, utilizaba la palabra culpa. La culpa de mis enojos era, por supuesto, de la incompetencia de los demás. La culpa de no aprovechar el tiempo, del tráfico. La culpa de tanto tráfico, de la ignorancia. Y si por mi culpa te enojabas, entonces me invadía la culpa. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Cuánto sufrimiento me ha causado esa palabra. Ahora, la desconozco. ¿Me oyes culpa? ¡Te desconozco! Le he quitado el poder que tenía sobre mí.
Antes, me sentía muy mal cuando me “equivocaba”. No tomaba muchas decisiones por miedo a no tomar la mejor decisión. No salía de mi zona de confort para evitar encontrarme con los monstruos que creía que habitaban más allá de sus límites. Ahora sé que los monstruos devora-hombres están, precisamente, dentro de esa zona de acomodamiento, así que procuro salir de ella en cuanto me doy cuenta que llevo mucho tiempo ahí varado, no sea que me atrapen. Y, además, eso de “equivocarme” lo he mandado a pasear, junto con la “culpa”.
¿Qué son entonces la PNL y la NS? Yo las definiría como un buen resumen de factores clave de la esencia del ser humano que, de conocerlos, pueden ayudar a que las personas vivan la vida que desean vivir, como la desean vivir.
¿Dirías que lo que acabo de escribir suena a párrafo de la parte de atrás de un libro de auto-ayuda? Efectivamente, la PNL y la NS son herramientas que te permiten ayudarte a ti mismo a convertirte, como anticipaba antes, en la versión de ti mismo que tú desees. Y, desde ahí, a que ayudes a los demás que quieran a que hagan lo mismo. Si tú quieres y si ellos quieren.
Entonces, te pregunto, ¿tú quieres?
Si la respuesta es que sí y decides inscribirte en la certificación de Metas y Visión para ser Practitioner de PNL y NS, posiblemente durante el proceso en algún momento se te salgan las lágrimas y acabes diciendo que la certificación es una de las mejores cosas que te han pasado en la vida. Cuando te pase eso te acordarás de mí, luego no digas que no te lo advertí.