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A estas alturas ya no debería haber debate sobre si ˝un líder nace o se hace˝. Un líder se hace, fin de la discusión. Cualquier persona que se lo proponga se puede convertir en líder y no tiene por qué ser alguien organizado, optimizador del tiempo, capaz de expresarse con elocuencia, de hablar con seguridad, de estructurar sus ideas; no necesita hablar más de un idioma, tener estudios superiores, ni ser una persona orientada a resultados. Ninguna de esas competencias es esencialmente necesaria y todas pueden aprenderse y perfeccionarse con determinación.

El ingrediente que no puede faltar y que por sí sólo actúa como atractor de todos los demás es, sencillamente, tener claro lo que realmente quieres conseguir; que entiendas y estés profundamente conectado/a con tu propósito; que seas consciente del valor de perseguir tus objetivos más sublimes, de la importancia de definir tu rol y tu misión en esta vida; que sepas que, seas quien seas, vengas de donde vengas y te dediques a lo que te dediques, tienes algo que aportarle al mundo que trasciende quién eres y que te hace único y especial.

Saber lo que quieres le da sentido a lo que haces. Y cuando hablo de sentido me refiero tanto a ˝dirección o rumbo˝ como a ˝significado˝. Saber lo que quieres convierte cada paso que das en esa dirección en un paso significativo.

Y no es por motivos filosóficos o esotéricos que te invito a vivir una vida significativa, en absoluto. Mis motivos son más biológicos que místicos. Del significado que le damos a lo que hacemos surgen las emociones que sentimos y, estimado/a amigo/a, las emociones son la fuerza que nos lleva a la acción, el combustible que mueve a los seres humanos.

Te decía que, con determinación, puedes desarrollar cualquier competencia de las que se asocian a la función de liderazgo. Pero, ¿de dónde sale la determinación? ¿De dónde sale la energía necesaria para persistir hasta conseguir lo que nos proponemos? De las emociones que sentimos en el momento de entregarnos a la tarea y, esas emociones, esas sustancias que nuestro cuerpo sintetiza por orden de nuestro sistema límbico y que invadirán nuestro cuerpo convirtiéndonos en super héroes por momentos (sigo hablando de emociones), surgen de qué tan significativo es para nosotros lo que hacemos.

Piensa por un momento en las cosas que más te motivan, aquéllas por las que madrugarías todos los días si hiciera falta. Por sencillas que sean, cosas que te absorben y hacen que te pierdas en el tiempo y el espacio. Y ahora nota lo que esas cosas significan para ti y lo que sientes mientras las llevas a cabo.

¿Te das cuenta?

Pero espera, el poder de las emociones no termina ahí. Además de moverte a ti, las emociones se contagian y, a eso, es a lo que llamamos “inspirar”.

El verdadero líder no convence, inspira, y lo hace porque está conectado con unas emociones tan intensas, tan dirigidas hacia lo que se propone, que los que lo rodean son capaces de sentirlas y, desde ahí, de moverse junto a él.

Como herramienta de liderazgo, el Coaching Ejecutivo parte, precisamente, de ayudar a las personas a que clarifiquen su propósito, a que se den permiso de asignarle el más alto significado posible a lo que hacen y, así, a que llenen su tanque con combustible de jet ultrasónico, a que se conecten con las emociones más poderosas para moverse en dirección a sus objetivos.

¿Quieres convertirte en un mejor líder, en un verdadero líder?

No esperes a que te lo cuenten. Encuentra tu propósito.