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Uno de los temas que más problemas genera a los líderes empresariales es la resistencia al cambio: tener una idea innovadora y que las personas de su organización la rechacen sin querer siquiera escuchar de qué se trata. Cambio es, sin duda, una de las palabras que más oímos mencionar los que nos dedicamos a apoyar a las empresas en sus procesos de transformación y crecimiento. El ser humano rechaza el cambio por naturaleza, porque cambio significa algo nuevo, desconocido y, por lo tanto, un posible peligro para nuestra supervivencia. Puede sonar drástico, pero así es como lo interpreta nuestra cerebro. De ahí la resistencia.

Sucede, sin embargo, que aquello que no cambia –o que cambia tan poco a lo largo del tiempo que parece que no cambie– ¡tampoco nos gusta! A eso lo llamamos rutina y, para las empresas, la desidia que ésta provoca se puede convertir en un problema igual o más dañino que la resistencia al cambio.

Si nos ponemos a pensar, por muy dinámico y cambiante que sea el mundo, prácticamente en todos los trabajos encontramos tareas monótonas. No sé a qué te dedicas tú, pero quiero ponerte el caso de una persona que hace limpieza, por ejemplo, en un gran hotel. Todos los días, encargada de limpiar no sé cuántas habitaciones: las mismas camas, los mismos baños, los mismos productos de limpieza; recorre los mismos pasillos, tiene poca interacción con los huéspedes… O el caso del mecánico que se dedica a cambiar llantas. Todos los días el mismo taller, la misma secuencia: aflojar la llanta, quitar la llanta, poner la llanta, apretar la llanta, balancear la llanta; una, dos, tres, cuatro y hasta cuarenta llantas. Y mañana lo mismo. Y el mes que viene lo mismo.

Quiero que pienses en ellos dos y quiero que te imagines que son de esas personas que, sea el día que sea, están contentas. Y te dicen que les encanta su trabajo. Y se levantan por las mañanas con ilusión para ir a hacer, aparentemente, lo mismo que el día anterior.

Sabes que esas personas existen, ¿verdad? ¿Cómo crees que lo hacen? ¿Cuál es su truco para sonreírle siempre a esa aparente monotonía?

Su truco es… ¡saber que la rutina no existe! El truco del mecánico es saber que cada carro lo maneja alguien diferente y que en sus manos está la responsabilidad de que esa persona –y su familia– circulen seguros en la carretera porque las llantas de su carro no se van a aflojar. Y el día que esa persona vuelve al taller, puede que sea el mismo carro, el mismo dueño, pero es un día diferente y una nueva oportunidad de garantizar su seguridad. El truco de la persona que limpia en el hotel es saber que los huéspedes no se aburren de encontrar su habitación limpia y que, por tanto, cada día tiene una nueva oportunidad de hacerles sentir bien.

En una ocasión me tocó impartir el mismo entrenamiento corporativo cuarenta veces en tres meses. Días tras día, cuarenta veces el mismo contenido, cuarenta veces presentarme, cuarenta veces los mismos chistes (en mis entrenamientos cuento chistes, sí). Cuarenta veces. Y podrían haber sido cien… O incluso mil. Delante mío tenía personas que recibían el entrenamiento por primera y única vez y todos merecían lo mejor de mí.

Cada día, todos merecen lo mejor de ti. Empezando por ti.

Lo que haces, por rutinario y repetitivo que parezca, es siempre significativo para alguien. De ti depende que sea significativo para ti también.